Sobre la banalización municipal de lo público en las calles y plazas de Toledo.
Hilario Alarcón.
En los
últimos diez años, el Ayuntamiento de Toledo, con creciente y acusado criterio
mercantilista, está aplicando una gestión del uso de calles y plazas que banaliza,
relativiza y erosiona su naturaleza pública. En los crecientes puntos de la
ciudad donde concurren intereses empresariales, y especialmente en el Casco
Histórico con los intereses turísticos, el sentido primario de uso de amplias
zonas es satisfacer intereses económicos privados. De “la calle con negocios”
se ha pasado a “la calle es el negocio”.
Así,
sucesivas decisiones municipales sobre diseño, mobiliario y usos preferentes de
vías públicas que son objetivo de intereses empresariales, relegan el concepto
social igualitario de ciudadano, y premian el excluyente concepto económico de
cliente. El Ayuntamiento se escuda con la perogrullada de que “los clientes de
un empresario son también ciudadanos” (sic), y así encubre una política
municipal economicista que orienta a los ciudadanos a ser clientes, porque, solo
como ciudadanos, quedan relegados a una posición secundaria en el uso preferente
de estas vías públicas mercantilizadas.
En Toledo, el
ejemplo más veterano de la banalización municipal de la naturaleza pública de
calles y plazas, por aplicación de criterios exclusivamente mercantilistas, es
el negocio de las llamadas sillas de alquiler en vías públicas por donde
discurren procesiones católicas en Semana Santa y Corpus. Aquí, el
Ayuntamiento, nos impone arbitrariamente una gestión mercantil de calles y
plazas por una empresa privada con ánimo de lucro, en régimen de monopolio, que
grava la mera estancia en una vía pública propiedad de los ciudadanos, para ver
un acto público sin ánimo de lucro organizado por la Iglesia católica. Si se
tiene una micra de sensibilidad social hacia lo público, esta prebenda asombra
por muchas veces que se repita: el Ayuntamiento inventa un negocio para una
empresa privada que ni costea el mantenimiento ni la seguridad de las vías
públicas, pero que cobra por estar en ellas, y que ni financia ni organiza el
acto católico, pero que cobra por verlo. En definitiva, una empresa con patente
de corso municipal para parasitar nuestras vías públicas y los actos públicos ajenos.
Sucesivos
gobiernos municipales han mantenido, y mantienen, este negocio privado que, se
quiera o no, origina una discriminación por criterios económicos en la mera
estancia en una calle pública para ver un acto público sin ánimo de lucro. ¿Las
razones de interés general del gobierno local?... Pues titubeos inconsistentes,
como “lleva mucho tiempo así” o “en otros sitios también sucede” o directamente
el embuste “solo es para que se sienten los viejecitos”, aun conociendo que los
sitios se alquilan y realquilan por lotes de forma especuladora a agencias
turísticas. Claramente, es solo un negocio puro y duro que, bajo el nombre de
“protocolo de colaboración”, lleva 35 años adjudicándose a dedo a la misma
empresa, y que se asemeja a un trato de intercambio de favores entre ganaderos
que se estrechan las manos tras escupir en ellas: el Ayuntamiento tiene sillas
gratis para sus actos varios y, a cambio, la empresa queda autorizada a cercar
calles y plazas públicas con miles de sillas privadas como si fueran alambradas,
e imponer una tasa de estancia en diversas calles a vecinos y extraños.
Hay quienes
opinan que si hay personas que quieren pagar por un sitio para ver una procesión
católica, allá ellos. Pero se confunden, la cuestión no es si se quiere comprar,
sino que no se puede vender. El fondo no es ver o no una procesión, sino que un
negocio empresarial rompe el principio de igualdad de libre tránsito y estancia
en las vías públicas, porque una persona no tiene más derecho que otra a estar
en un sitio u otro de una calle o plaza, y porque una empresa privada con ánimo de lucro no puede traficar
con ese derecho, creando zonas principales para gente que paga, y zonas
residuales para gente que no quiere o no puede pagar.
Pero, al
final, en una ciudad con miles de personas desempleadas, y cientos de familias
sin ingresos, este tema, por comparación, no tiene importancia. Aunque, si se
piensa, estas personas sin ingresos no se sentarán en ninguna de las sillas de
pago de esta empresa protegida por el Ayuntamiento.
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