2006/03/29

PLURALISMO Y LIBERTAD: ¡¡¡ BOTELLÓN!!!




Colaboración en el boletín "EL RESIDENTE" 001/017-To 2005.

Por Luis Antonio MARTÍNEZ.
Asociación Ciudadana “TOLEDO CONTRA EL RUIDO”.
Presidente y Ponente en la Comisión Especial para la Ordenanza sobre el Botellón.



Me voy a apartar por un momento de la descripción del botellón, del hecho flagrante de la violación de derechos fundamentales que padecemos quienes tenemos que soportarlo aun hoy y todavía por los próximos meses; de que muy pocas cosas hay por ahí en las que la agresión sea tan repetida, tan conocida y tan fija y disciplinada como la del botellón a los vecinos, todos los fines de semana, a la misma hora, durante años, en los mismos lugares. Todo tan anunciado que la vergüenza infinita de las víctimas del botellón sólo es comparable con la digestión extremadamente delicada que tenemos que hacer para que, una vez agredidos, nos veamos obligados a velar por el derecho de nuestros agresores, incluso reconocerlo y defenderlo, como consciente y positivamente hemos hecho en la propia Comisión que acordó el borrador de la Ordenanza.

Hay una lucha cultural en las noches y madrugadas de jueves a domingo en el casco histórico. Entre lo singular y lo colectivo, entre la ciudad que se explica en su individualidad y la ciudad de la cara embrutecida –no exagero, hablo de hechos después de años de verlo, afrontarlo y padecerlo-. La masa del botellón no consiente ninguna diferencia frente a ella. Se enseñorea sobre los derechos individuales.

El botellón persigue y martiriza, ante todo, al individuo que está en su casa, en su espacio más singular, personal e inviolable. Esta es la diferencia más cruda y dramática entre esta masa y este individuo: el botellón no atiende a ninguna singularidad, practica el desprecio absoluto a la libertad individual y de los derechos de los que lo padecen. Cuando el botellón se instala en una plaza, a los que viven en ella les cae la sentencia del sometimiento.

Nada se ha podido saber en la Comisión de la diferencia entre diversión y sufrimiento; se legisló por omisión, es decir, que siga la diversión que ya vendrá más sufrimiento. Los afectados es verdad que lo que queremos es que se nos quite el problema, y esa etiqueta hemos tenido: los que hay que quitar el problema de encima. Las siete entidades estuvieron de acuerdo y es justo reconocerles esta preocupación e interés. Pero hay una inmensa e incolmable diferencia entre ser un individuo agredido y ser una masa que consume de modo masivo y compulsivo y que pasa por encima de todo lo que el casco histórico puede significar.

El todo vale aplicado al casco hace que reinen las ideas y las actitudes supra-históricas y absolutas. Claro que también las democracias tienen riesgo de ser totalitarias: todos tienen los mismos derechos a disfrutar de todos los modos posibles del casco histórico, que es justo lo que te dicen en la noche las personas que hacen botellón –les sigo considerando personas, aunque en la madrugada me nieguen a mí esa categoría-.

El botellón es un ejemplo dramático de cómo se refleja la ausencia de inteligibilidad que para muchas personas tiene la existencia de individuos libres al otro lado de las puertas y las ventanas de las casas. Si el casco histórico no se asocia definitivamente a su única dimensión posible, que no es otra que la cultural, y esta a la existencia de ciudadanos que hacen de su propia individualidad la explicación histórica que garantice su continuidad como foro humano, poco tendremos que hacer.

El botellón es una negación radical de este ejercicio sin el cual ni siquiera es posible la democracia liberal: la negación de la capacidad de dar respuestas individuales a cómo puede estar organizada la sociedad –en este caso, una ciudad-.¿Para qué tener un casco histórico único y sin igual en el planeta Tierra? ¿Para qué defiende Iniciativa la peatonalización, es decir, la expresión ajustada del viandante individual, el urbanismo a escala humana? El casco histórico es un contrabalance mundial de los modos de vivir que hay en el mundo, y es genuinamente europeo. No es el único, es uno más, pero precisamente por esto, es uno, diferente a otros. Queremos que en él tengan lugar todas las cosas que cualquier otra ciudad, pero un espacio así no puede ser medido sino con los otros espacios singulares que hay en otras partes del mundo, lo que hace evidente que hay actos y actividades que no son posibles en este espacio, que son incompatibles con su existencia, que necesariamente no puede albergar, y no sólo por cuestiones de capacidad, dimensión o anchura de los viales, sino también por lo que significan. Si para disfrutar del casco histórico los jóvenes tienen que hacerlo bajo el formato del botellón es palmario que no es posible – ¿habéis visto el sendero de inmundicia que hay entre Padilla y Santa Clara, habéis ido a ver como queda después de la diversión, queréis ver una ciudad degradada? es fácil, por ejemplo un sábado a las doce de la noche, y después repetid a las seis de la mañana-.Se que lo que ofrezco es una visión por fuerza parcial, y no niego que necesite el contrapeso de eso que se llama lo social, cualquiera que sea su significado ahora.

Pero de lo que estoy igualmente seguro es que este significado no podrá construirse sin que, al menos por un instante, se tenga en cuenta el valor de la vida individual contenida en la existencia del Casco Histórico y de quienes vivimos en libertad en él.

El basta ya que hemos dado los vecinos era y es doble: no podemos perder así la dignidad y no puede ser que la pierda la ciudad histórica tampoco. Todo esto es lo que el botellón niega, erradica y arrasa. La conexión entre el individuo y la sociedad no es inmutable, cambia y exige ajustes permanentes, y no hay formulas fijas para ello, pero lo que peligra en el casco es la desaparición de la parte individual, de la comprensión de una clase poderosísima de razones por las que en él se habita. No se imaginan cuanta gente se marcha los fines de semana –y que pueda hacerlo, claro- para no sufrir botellón, entonces sí, entonces las calles y las plazas son convertidas en puro escenario, decorado con piedras, sin vida dentro. Por qué no construir entonces una réplica exacta del casco histórico en algún lado, ahora sí, masa y simulacro unidos para siempre.

Comprendo que al lado de esto, un individuo con autonomía moral, memoria histórica y sentido de la realidad en cuanto a la libertad se refiere es poca cosa, o peor aún, e insisto que este es el máximo peligro hoy, es ininteligible. La impotencia que te crea la marea del botellón a la puerta de tu casa es de este tipo, pues si pienso esto del casco histórico y sufro el botellón, lo hago por mi mismo, y no tengo otra medida si lo que quiero es vivir mi propia historicidad en la ciudad histórica, en la ciudad que otros seres humanos antes crearon al pensar sus ideas, elaborar sus conceptos y vivir su vida en ella.

¿Sabrán los políticos profesionales de Toledo interpretarlo así?, o estarán más atentos al procedimiento, confundiendo la justa garantía del derecho con la reivindicación ciudadana de la irremediable incompatibilidad entre botellón y casco histórico, o seguiremos siendo individuos libres a los que parece que ponen en el foco de sus preocupaciones pero de cuya razón última estamos excluidos.

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